Reseña de Azar Nafisi sobre Mi tío Napoleón
05/03/2010

Artículo en The Guardian de la conocida autora iraní sobre Mi tío Napoleón, el divertido y ácido retrato de la sociedad iraní.

El jardín secreto

Mi tío Napoleón desmiente la adusta imagen del Irán moderno, y explora una cultura rebosante de humor e ironía, de sensualidad y ternura. (…) La introducción más perfecta al pueblo iraní.

Ima...

05/03/2010

Artículo en The Guardian de la conocida autora iraní sobre Mi tío Napoleón, el divertido y ácido retrato de la sociedad iraní.

El jardín secreto

Mi tío Napoleón desmiente la adusta imagen del Irán moderno, y explora una cultura rebosante de humor e ironía, de sensualidad y ternura. (…) La introducción más perfecta al pueblo iraní.

Imaginemos que estamos atareados creando una lista de lectura (muy necesaria, por cierto) para los expertos y analistas que desean estudiar Irán. Por mi parte, yo pondría Mi tío Napoleón en un lugar muy alto y apreciado de esa lista. La primera razón es que es una lectura que vale la pena. Y desde un punto de vista práctico, ofrece al lector –con su deliciosa y encantadora incorrección política- una importante panorámica de Irán: de su cultura y tradiciones, de los conflictos actuales y su historia, así como de su paradójica relación con Occidente.

Mi tío Napoleón desmiente las imágenes adustas e histéricas de Irán que han dominado el mundo occidental durante casi tres décadas. En muchos sentidos, esta novela representa las voces enmudecidas y confiscadas de Irán, y revela una cultura repleta de sentido del humor y de ironía, así como sensualidad y ternura. La propia estructura de la novela, su utilización de la farsa, y su honesta y entretenida investigación del amor y del erotismo van en contra de cualquier doctrina fundamentalista o puritana, sea o no islámica.

La novela bebe de una importante tradición literaria iraní, que se remonta al menos 700 años, hasta llegar a la poesía satírica de Obeyd Zakani. Desde principios del siglo XX algunos de los mejores escritores y poetas iraníes han empleado la sátira y la farsa para articular los dilemás del Irán moderno. (…)

Mi tío Napoleón es la historia de un hombre patético y patológico, que a causa de sus fracasos en la vida real, gradualmente se convence de ser un trasunto de Napoleón, y de que existe una conspiración británica que quiere destruirle. El libro arraigó con fuerza en el imaginario colectivo iraní, desde su publicación en 1973: ha vendido millones de ejemplares y se hizo una adaptación televisiva que tal vez sea la serie más popular jamás vista en la historia del Irán moderno. Prohibido por los censores de la República islámica en 1979, tanto el libro como la serie de televisión circulan de forma clandestina.

En parte, su fenomenal éxito se debe a que, como casi todas las buenas novelas, Mi tío Napoleón es una ficción firmemente anclada en la realidad, y descubre verdades esenciales acerca de la vida en el Irán contemporáneo. En una conferencia en la UCLA, Pezeshkzad afirmó que los orígenes del personaje del Querido Tío Napoleón estaban en su propia infancia, cuando escuchaba a los adultos y le sorprendía la forma en que tachaban a la gran mayoría de políticos de «lacayos británicos». Esta obsesión era tan intensa que algunos iraníes llegaban al extremo de afirmar que Hitler era una marioneta de los británicos, y que el bombardeo de Londres no era más que una vil treta pergeñada por los servicios de inteligencia británicos.

Aunque parezca mentira, después del atentado de Al-Qaeda en el metro de Londres se oyeron voces igualmente siniestras: el poderoso clérigo iraní Ahmad Janati, presidente del Consejo de Guardianes de la Revolución, afirmó en un sermón retransmitido a toda la nación que «el propio gobierno británico es responsable de esta situación». Janati también culpó a los norteamericanos de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Después de la publicación de Mi tío Napoleón, hubo muchos iraníes que creyeron que el paranoico personaje principal estaba basado en uno de sus familiares directos, entre ellos el ya fallecido primer ministro Amir Abbass Hoveyda, el cual, en una macabra ironía del destino, fue acusado de ser una marioneta capitalista, entre otras acusaciones, y fue asesinado por el régimen islámico.

Aunque la naturaleza del libro no es política, sí contiene una carga de profundidad política muy subversiva, pues describe una cierta actitud y mentalidad muy reconocible.  Su protagonista es un personaje incompetente y de estrechas miras, que culpa de todos sus problemas y su insignificancia a una entidad todopoderosa, que en el caso del Tío Napoleón es el Imperio británico. (…) Este tipo de persona se encuentra en todo el mundo, y en todas las clases sociales. En Irán, por ejemplo, como el autor Iraj Pezeshkzad ha señalado, esta actitud no se limita a la gente de la calle sino que de hecho es más habitual entre los miembros de la así llamada élite política e intelectual.

En Mi tío Napoleón (…) la tensión entre realidad y ficción es parte integral de la trama de la historia. El conflicto entre lo que existe y lo que se imagine conforma a los personajes y a sus relaciones. La resolución tragicómica descansa en la manera en que se resuelve dicha tensión, pero lo absurdo de los acontecimientos que nos lleva a reírnos con y de este personaje ficticio puede convertirse en fuente de mucho sufrimiento si se traslada a la vida real. El Tío Napoleón de Pezeshkzad sólo puede ejercer sus mezquinas tiranías en su propia casa, pero hay dictadores mucho más terribles que disponen de mayor poder que él para perjudicar a los demás.

Cuando aún vivía en Irán, a veces me parecía que Mi tío Napoleón predecía y articulaba, en el marco de una farsa cómica, algunos de los cambios en la mentalidad de los gobernantes de la República islámica. Como todos los sistemas totalitarios, el gobierno iraní se alimenta y crece con la paranoia. Para justificar su existencia, el régimen optó por sustituir la realidad con su propia mitología fabricada. Así, el régimen islámico basó su justicia distorsionada en la lógica «tío-napoleónica», destrozando las vidas de millones de iraníes mediante sus leyes, el encarcelamiento, tortura y asesinato de todos sus enemigos, reales e imaginarios, acusándolos de ser agentes del Gran Satán, es decir, de Estados Unidos y de sus aliados. El Tio Napoleón cree que el retraso del tren en el que viaja su sobrino forma parte de un plan británico para hundirle; los guardianes de la moral en Irán creen que el pintalabios de una mujer o la corbata de un hombre son tretas imperialistas para destruir el islam.

La historia de Mi tío Napoleón transcurre en un gran jardín y su complejo de patios interiores, de tres casas pertenecientes a distintas ramas de la misma familia: la del Tío Napoleón, la de su hermana y su hermano llamado «el coronel», aunque la verdad es que se retiró de la vida militar con un rango muy inferior. Un sorprendente abanico de personajes que representan a diversos estratos de la sociedad (inspectores de la policía, oficiales gubernamentales, amas de casa, un médico, un carnicero, un predicador desquiciado, sirvientes, un abrillantador de zapatos, y uno o dos indios) que desfilan por este jardín, escenario de conflictos, maquinaciones y líos de lo más cómico.

En el jardína la vida transcurre marcada por los códigos y las regulaciones familiares y jerárquicas: en las tres casas, las decisiones se toman en consejos de familia, y las hijas se casan con el consentimiento de sus padres. La protección del «honor de la familia», en realidad casi tan falso como las hazañas militares de nuestro propio Napoleón, es de importancia primordial, y exige un elaborado entramado de mentiras y engaños. El Querido Tío Napoleón maneja a toda su estrambótica y en algunos casos rebelde familia con mano de hierro.

En este contexto, los personajes viven sin sentido de la responsabilidad individual, puesto que ésta se sacrifica en aras del bien común, y así todos sus esfuerzos van encaminados a defenderse de los efectos perniciosos de la locura del Querido Tío. Mentir, por lo tanto, es una forma de vida, y se justifica por el hecho de que decir la verdad tiene consecuencias muy desagradables, incluso fatales. La comunidad familiar, en definitiva, se basa en una red de ilusiones y fantasías; sin embargo el lector conecta fácilmente con estos personajes profundamente frágiles y humanos, cargados de defectos, y nos gustan al mismo tiempo que nos reímos de ellos. Esto se debe a la compasión con la que escribe Pezeshkzad, especialmente en lo relativo al Querido Tío Napoleón, que surge como una figura tiránica y absurda, pero también vulnerable y casi trágica.

El Querido Tío Napoléon y su paranoia son los dueños del jardín, pero en un mundo tal que los poderes invisibles desempeñan un papel aún más importante que los que salen a la luz. No hay ningún personaje británico, excepto por la atractiva esposa del brigadier indio. Es interesante la forma en que Pezeshkzad define la presencia extranjera a través de su ausencia y de las ansiosas fantasías de sus personajes. En el libro hay referencias a tres países occidentales: a los norteamericanos, que se les trata con cierta ligereza y hasta amabilidad, pues en esa época aún no se habían ganado el calificativo de Gran Satán. Quedan inmortalizados en las palabras del Tío Asadollah, el benévolo Don Juán del complejo familiar, para quién «ir a San Francisco» es un eufemismo del acto sexual. A lo largo de la novela, Asadollah se pasa el día yendo y viniendo de San Francisco, o a ves a Los Ángeles, y recomendando encarecidamente a los demás que le imiten. En cuanto a los principales villanos, los británicos, baste decir que mientras que hasta los más humildes habitantes del Imperio no se enteran, y menos aún les interesan, los galimatías conspirativos del Querido Tío y de sus familiares, éstos a su vez no comen ni duermen pensando en los británicos. El hecho de que nuestro anti-héroe se identifique con un emperador francés, y no con los muchos héroes nacionales de su propia patria, es una señal clarísima de su enajenación anti-británica.

Lo real y lo auténtico, lo que verdaderamente triunfa en esta sociedad corrupta y decadente, es el enamoramiento del protagonista de trece años por su prima Layli, hija del Querido Tío. Esta historia de amor es una versión humorística de las múltiples tradiciones de amores prohibidos al estilo de Romeo y Julieta que se recogen en la literatura persa, como  Vamegh y Azra, Viss y Ramin o Shirin y Frahad.
La obsesiva pasión del narrador por Layli le lleva a investigar las acciones de los demás miembros de la familia en busca de información sobre su amor. Para obtener unos preciados momentos a solas con ella, o impedir que se case con un despreciable primo, se ve obligado a espiar, planear y conspirar, convirtiéndose en parte integrante de todas las peripecias que acontecen en la familia. Desde la primera página, el amor es objeto de su investigación. ¿Está realmente enamorado? ¿Qué es el amor? ¿Por qué siente tantos tormentos? ¿Vale la pena? ¿Y qué diferencia hay entre lo que siente y lo que el desvergonzado tío Asadollah prescribe para casi todas las enfermedades, es decir, el sexo? Así, la obsesión del Tío Napoleón y la del narrador avanzan en paralelo, pero mientras una es ciega y se aleja del mundo, la otra abre los ojos de un muchacho de trece años y le ayuda a ir más allá de los estrechos confines de su jardín.

En más de un sentido, el jardín es un microcosmos de la sociedad iraní, atrapada en una severa crisis de identidad. La novela es una reflexión sobre las consecuencias del dilema al que se enfrentó la sociedad iraní desde mediados del siglo XIX, cuando Irán estaba en un período de transición y a las puertas de la modernidad. Este período coincidió con el reinado de la dinastía Qhajar, y fue marcada por crisis culturales, políticas, sociales y económicas responsabilidad de déspotas ineptos y corruptos y líderes religiosos igualmente reaccionarios.

Aunque Mi tío Napoleón es una novela que critica la sociedad que describe, también es el mejor reflejo de la complejidad, vitalidad y flexibilidad de la sociedad y de la cultura iraníes. En última instancia, la novela cambia las tornas de la realidad que aparece en sus páginas. Nos recuerda de forma sana y oportuna que los persas, al igual que los británicos, pueden superar sus defectos y sus fracasos gracias a los frutos de su imaginación, con sentido del humor y autoironía. La mejor manera de derrotar la mentalidad de los Tíos Napoleón es reconocerla, identificarla y recrearla mediante la ficción.

Quizá sea bueno recordar hoy la urgente necesidad de que los amantes de los libros en Inglaterra, Irán, Estados Unidos y el mundo entero conspiren, esta vez para unirse por encima de diferencias nacionales. Seguro que las mentes pequeñas se echan a temblar ante esa posibilidad.


Azar Nafisi es autora de Leer a Lolita en Teherán

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