Reseña de Kanikosen en Qué Leer por Toni Iturbe
24/03/2010

Con una precisión y un realismo expresionista (...) Kobayashi recrea perfectamente la atmósfera densa de la vida en un pesquero.

Kanikosen, rebeldes con causa

El duro mundo de los pescadores es un universo muy interesante para la mirada literaria. Dos libros de referencia para mí son el fresco poderosísimo sobre las labores y las ...

24/03/2010

Con una precisión y un realismo expresionista (...) Kobayashi recrea perfectamente la atmósfera densa de la vida en un pesquero.

Kanikosen, rebeldes con causa

El duro mundo de los pescadores es un universo muy interesante para la mirada literaria. Dos libros de referencia para mí son el fresco poderosísimo sobre las labores y las vivencias en un pesquero escrito por Ignacio Aldecoa en Gran Sol y esa adictiva crónica de Sebastian Junger sobre la desgracia del Andrea Gail en las pesquerías canadienses de pez espada en La tormenta perfecta. Dos libros muy recomendables a los que hay que añadir otra obra con idéntico interés: Kanikosen, el pesquero (Ático de los libros) de Takiji Kobayashi. Este libro coincide con los anteriores en su carácter de crónica novelada y su excelente descripción del oficio. Kobayashi describe con una precisión y un realismo expresionista el duro trabajo de la pesca de altura. Recrea perfectamente esa atmósfera densa, maloliente, hacinada y bamboleante que era (en menor medida, aún lo es) la vida en un pesquero. Pero Kobayashi va un paso más allá y su relato se va decantando de la novela de realismo marinero a la novela de denuncia social. Nos muestra cómo en el Hakko Maru, un destartalado buque cangrejero que faena en las gélidas aguas de Kamchatka, los pescadores viven apelotonados en un espacio penosamente pequeño y sucio, infestado de piojos, con una comida miserable y unas condiciones de trabajo esclavistas. Peor aún lo tienen los adolescentes que son utilizados para enlatar el cangrejo en las bodegas del barco o los fogoneros. La mayoría han sido embarcados con engaños o a través de intermediarios tramposos que los han metido en un infierno flotante. Y en ese infierno hay un demonio, el representante de la naviera, el Superintendente Asakawa, que golpea con un bastón a los trabajadores que rinden poco, castiga brutalmente a los díscolos y ejerce de una humillación constante a la tripulación. Leído en la distancia, en el confort de la butaca de casa, el personaje de Asakawa resulta tan tremendamente malvado que a uno le parece que puede rozar la caricatura, porque tiene todos los vicios y defectos imaginables uno detrás de otro: no sólo es violento y golpea y humilla a los trabajadores, es inculto (como se ve en las notas que deja a sus subordinados), es borracho, mentiroso, ladrón (roba botes de otros barcos), desalmado (se niega a ir en ayuda de un barco a punto de naufragar, y naufraga y hay docenas de muertos), además de negarse a que se vele a un marinero muerto o utilice las mejores latas de cangrejo para él y sus amigos, etc. Pero igual es que con tanto relativismo cultural y tanto buscar la otra cara del mal en estos años nos hemos olvidado de que hay gente así, mala sin más vueltas ni matices, eso que técnicamente se conoce como un hijo de puta. No desvelo el final, pero el motín, pese al aguante de estos sumisos japonés, está servido.  La tragedia es que la crueldad de la realidad superó una vez más a la ficción: Takiji Kobayashi, muy implicado en la lucha por dignificar las condiciones laborales de los trabajadoores y miembro del perseguido partido comunista, fue detenido por la policía imperial en febrero de 1933 y murió en una comisaría tras sufrir salvajes torturas.

Antonio G. Iturbe

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