"El último viaje del capitán Salgari" en EL PAÍS
12/12/2012

Manuel Rodríguez Rivero destaca la publicación del libro en su sección "Sillón de orejas" en el Babelia

Se escriben novelas por innumerables razones: por dinero, desde luego, pero también por amor o desamor, por venganza o por odio, por imitación o por envidia, para ser amados (o admirados), para entretener a hijos o amantes, inclus...

12/12/2012

Manuel Rodríguez Rivero destaca la publicación del libro en su sección "Sillón de orejas" en el Babelia

Se escriben novelas por innumerables razones: por dinero, desde luego, pero también por amor o desamor, por venganza o por odio, por imitación o por envidia, para ser amados (o admirados), para entretener a hijos o amantes, incluso por la imperiosa necesidad de contar una historia que ha crecido muy adentro y exige una salida de urgencia. Cada novelista tiene la suya, pero, entre todas las razones mencionadas cuando son preguntados, hay una que se repite con frecuencia: para vivir otras vidas, para ser otros.

Las razones por las que Emilio Salgari (1862-1911) escribió más de ochenta novelas y un centenar de relatos pueden rastrearse en El último viaje del capitán Salgari (Ático de los Libros), de Ernesto Ferrero, una novela biográfica en torno a la peripecia vital de uno de los más leídos autores italianos de los dos últimos siglos. Junto con Verne —del que le separan tantas cosas— Salgari es uno de los grandes exponentes europeos de la novela de aventuras, un auténtico “padre de héroes” venerado por adolescentes de varias generaciones. Entre otros, los de la mía. Lo descubrí en dos o tres volúmenes sueltos de los que había publicado la editorial Maucci en los años veinte y que encontré incongruentemente albergados en la biblioteca de mis abuelos, junto a insoportables novelas de Vargas Vila y obras más modernas de Vicki Baum, Maxence Van der Meerch, o Mika Waltari. Fue en aquellos escasos libros donde conocí al aguerrido pirata (y, según supe luego, furibundo anti-imperialista) Sandokán, a su fiel amigo Yáñez y a su enamorada lady Mariana Guillonk, la dulce “perla de Labuán”. Más tarde, los volúmenes de la colección Molino, bastante menos aparatosos, me permitieron completar el ciclo de los “piratas de la Malasia” y descubrir a otros héroes salgarianos en escenarios tan diversos como el Caribe, el Far West, Australia, los mares árticos o la India. Fue también en Salgari (antes que en Verne) donde leí mi primera novela de ciencia-ficción: Las maravillas del año 2000, de la que lo único que recuerdo es un grabado que representaba una especie de barco-tranvía circulando por un ámbito helado.

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